La Matemática del Futuro.

Este es el libro número doce. El primero apareció publicado en el año 2005. No es que tuviera pocas expectativas en aquel momento: no tenía ninguna. Yo nunca tuve ningún objetivo par­ticular. Nunca tuve un sueño que cumplir. La vida fue un suce­der de episodios que se encadenaron, con la guía de mis viejos y de mi familia, sencillamente dejándome ser. En todo caso, me ofrecieron el privilegio enorme de dejarme elegir y de prepararme de forma genérica para que yo decidiera qué quería estudiar, qué carrera seguir.

Estoy convencido de que cada niño nace con una cantidad de destrezas/gustos/pasiones latentes. El problema es que la escan­dalosa mayoría de esos niños no tiene las oportunidades que tuve yo. No es que esos padres sean peores que los míos: ¡por supuesto que no! Esos padres no pudieron o no pueden ofrecer a sus hijos lo que nuestros padres nos dieron a Laura (mi hermana) y a mí. En todo caso, yo no tuve que ‘soñar nada, porque se me ofrecía ‘todo’. Lo único que se esperaba de mí era que me esforzara. Para ponerlo en los términos en los que me hablaba mi padre: “Vos tratá de ser lo mejor que puedas ser”.

Una anécdota. Mi vieja quería que yo estudiara piano. Habían descubierto que tenía oído absoluto, algo que ciertamente no es un mérito personal sino que es una ‘cualidad’ con la que uno nace… algo así como tener ojos verdes o ser pelirrojo. Claro, para poder descubrir esa cualidad, uno necesita aprender/saber música. Si no, es imposible siquiera detectar que uno tiene ese don. Nunca supe bien cómo hicieron mis padres para saberlo o sospecharlo, pero lo que hicieron inmediatamente fue comprar un piano para que yo pudiera practicar. Este episodio por sí solo dice muchísimas cosas, pero hay dos que sobresalen fuertemente. La primera es que para generar y abonar un estímulo (como el de la música) es necesario ofrecer las herramientas. En este caso, se trataba de tener acceso directo e ilimitado a algún instrumento, y para eso ¡nos compraron un piano!

Puesto en el contexto de nuestras vidas, no lo puedo pensar como un episodio aislado, sino como una manifestación de algo que fue una suerte de ‘máxima’ en mi casa: “Acá tienen de todo: vayan, miren, prueben, practiquen, elijan. Cuando sepan qué es lo que les gusta, dedíquenle tiempo, pasión y esfuerzo. Los viejos ‘bancamos’”.

Y así fue. Siempre. Pero la segunda razón que quiero destacar es que además de querer. ¡hay que poder! No cualquiera está en condiciones de salir y comprar un piano o una guitarra o un violín. O sea: por un lado, la voluntad y la ideología para generar las condiciones ambientales para que el niño se desarrolle (mi hermana y yo, en este caso), y por el otro, ¡la posibilidad econó­mica de ejecutar el plan!

A esta altura, y con todo derecho, usted se debe estar pre­guntando: ¿qué tendrá que ver todo esto con el libro que sigue? Créame que tiene muchísimo que ver.

Las historias que aquí relato son todas independientes, como si fuera un libro de cuentos. No están ligadas. Son historias cor­tas, ‘autocontenidas’. Pero en alguna parte hay un mensaje que ni siquiera yo mismo logré descubrir hasta que me propuse escri­bir esto que usted está leyendo. ¿Qué mensaje?

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Fuente: cms.dm.uba.ar