Cuento Velorio con torta.

Es un excelente ejemplo de cómo una pequeña anécdota —una fiesta de cumpleaños que se estropea–puede resultar en una historia redonda y convincente. Para lograrlo, la autora recurre a la primera voz: la historia es contada por el personaje central, el niño que celebra su cumpleaños. A través de sus ojos se justifica la mayor carga emotiva que encierra una simple fiesta de cumpleaños y se agudiza la percepción sobre los pequeños conflictos entre los niños invitados.

Rivera tampoco descuida la visión crítica del personaje hacia el mundo adulto, hacia sus convenciones (Todo eso me gusta, pero las animadoras, no. No las quiero más. ¿Por qué hay que jugar a lo que ellas dicen, a ver?) y hacia sus infantiles reacciones (Mi mamá también lloró porque ¿para esto me rompí toda?). Una historia cuyo final (que da pie al ingenioso título) sirve de preciso y divertido colofón.

Pero para que esta historia funcione se requiere, claro está, que esa voz en primera persona sea creíble e Iris Rivera—apoyada por su formación de educadora inicial—logra con creces dicho propósito como lo ha logrado, en otro registro, con su cuento ¿Sabes Athos? donde una joven adolescente descubre la terrible realidad de haber sido dada en adopción durante dictadura militar.

Nótese dos detalles de la propuesta. En primer lugar, el rol de las ilustraciones es un rol menor: el fondo de globos, pelotas de fútbol y semáforos sirve básicamente como decorado, pero, a diferencia de la mayoría de cuentos ilustrados, no acompaña el desarrollo de la historia. En segundo lugar, este cuento—al igual que antología Leer x Leer de Mempo Giardinelli reseñada en este blog—es de acceso público a través del Plan Lector del Ministerio de Educación de Argentina, un detalle para no olvidar que la promoción de la lectura en los colegios es ante todo una política pública y que cualquier esfuerzo privado debe apoyar la pero no sustituirla.