Es grato para un enseñante tener entre sus manos un libro que trata del oficio. Y eso es lo que ocurre en este caso. Como sus autores son profesionales que suman muchos años de experiencia comprometida con la Educación, saben de lo que escriben y eso se nota desde la primera línea. No es fruto de un trabajo de laboratorio donde el alumnado es virtual, sino de muchas horas de experimentación en el aula, con alumnos y alumnas reales.

La mayoría de los que llevamos algunos años desarrollando este noble trabajo de enseñar, nos hemos formado, en general, de forma autodidacta. Las Facultades nos prepararon para ser químicos o matemáticos y un buen día, merced a que la «lista» avanzó lo suficiente o a que aprobamos unas oposiciones en las que demostrábamos saber química o matemáticas, nos vimos de repente, con un grupo de cerca de cuarenta adolescentes que esperaban de nosotros que aplicásemos con ellos el arte de enseñar. Y la mayoría lo tuvimos que aprender mediante el método de ensayo y la corrección del error si nos equivocábamos con el ensayo. Para este grupo de profesionales, la lectura de este manual, tal y como está enfocado, nos hará reflexionar y analizar retrospectivamente nuestra historia como docentes a través de los distintos perfiles que se van describiendo en el libro con todo lujo de detalles.

Pero este mirar hacia atrás nos ayuda a fijarnos en el futuro y más sabiendo que existen otras posibilidades que no conocíamos y que, tal vez, mejoren lo que hemos hecho hasta ahora. La labor de un docente no debe encasillarse. Creo que todos recordamos con horror pedagógico al profesor que nos daba sus clases apoyado en unas fichas ya amarillas de tanto uso rutinario como les había dado. Los docentes no hemos logrado transmitir a la sociedad y a las instituciones las vertientes creativas de nuestro trabajo. Por eso, indican los autores, muchas personas ajenas a nuestra profesión se atreven a «pontificar» hablando de Educación y no se les ocurre hacer lo mismo con los cometidos de otras profesiones. Y por eso también no se nos reconoce cuando desarrollamos una labor innovadora, de permanente búsqueda de lo mejor para conseguir unos objetivos educativos.

Los más jóvenes en años, con este libro tienen la posibilidad de conocer modelos y estrategias para su quehacer docente. Posiblemente el método por el que aprendimos bastantes, tenga para ellos mucho más de ensayo que de error. Además, está escrito utilizando un lenguaje que entendemos los docentes, aunque sean noveles, detalle éste que es de agradecer.

Debemos tener en cuenta que, en la práctica, no existe un modelo puro de profesor, es decir, un perfil de profesor que responda a unas determinadas características elaboradas en un laboratorio. Tenemos facetas de unos y de otros y, lo más que puede pasar, es que destaquen en nuestra forma de enseñar unas características más que otras. Y creo que esto no es malo porque nos permite poder utilizar lo de positivo que exista en los distintos modelos. Una forma de comprobarlo es la propia lectura del libro, donde aparecen perfiles variados, con caracterizaciones distintas y uno se ve reflejado más de una vez en más de uno de ellos. Bien es cierto que nos identificamos mejor con algún perfil concreto porque, tal vez, es el modelo que nos gustaría seguir en estado puro pero, con toda seguridad, las circunstancias que rodean nuestra actuación lo contaminan en mayor o menor grado.

Los autores, de sólida formación científica, ponen énfasis en el pensamiento científico y en lo que significa la Ciencia para todas las personas. Pero, en la línea de la reforma educativa, insisten en la necesidad de conseguir un acercamiento del pensamiento científico, aparentemente frío y cuadriculado, a lo que es la vida cotidiana de los alumnos. Es como transformar su entorno en un libro, pero un libro en el que existen también capítulos disciplinares de Ciencias. Hasta ahora hacíamos, en general, el trayecto inverso. Explicábamos más y más contenidos y, de vez en cuando y en algunos casos forzando bastante la situación, intentábamos hacer ver que aquello teórico tenía que ver con algo práctico y cotidiano. «En esa nueva concepción – escriben – el lugar donde se aprende no es el aula sino la cabeza de las personas. Cada persona es distinta y aprende de manera diferente. El conocimiento no sólo está en el profesor y en los libros de texto, sino también en la mente de los alumnos, en las noticias y observaciones de cada día, en las fuentes de información de todo tipo y, en general, en el entorno que constituye el mundo en el que se mueve el alumnado». Este cambio en el enfoque nos permitirá ahora mejorar el acercamiento de nuestros alumnos al método científico. Podremos conseguir transmitir sus claves y evitar que abandonen el centro desconociendo cómo aplicar el método científico a situaciones cotidianas.

La evaluación es otro proceso educativo al que los autores dedican espacio. No podemos seguir pensando que la evaluación se restrinja a la nota de una examen mejor o peor planificado. El proceso educativo es complejo y no parece sensato evaluar de una forma simple. Pero no debe extraerse como consecuencia de la anterior observación que hay que dejar de pasar exámenes. Esto tampoco sería sensato.

No podía faltar un apartado dedicado a la formación de profesores. Es un aspecto de todo el entramado educativo que los autores conocen por su adscripción al conocido grupo «Blas Cabrera», que tantos años lleva trabajando en esa línea.

La formación del profesorado (no me refiero a la formación inicial), es una asignatura que aunque tal vez no esté ya pendiente, lo cierto es que, desde mi punto de vista, no se ha aprobado con una nota brillante. En épocas pretéritas, preocuparse por la formación permanente era arriesgarse a ser considerado como algo extraño al sistema. Si encima se era innovador en lo que fuera, entonces ya sonaba a progresismo y esto se tenía por algo peligroso. Más de un colega fue «llamado al orden» por actitudes de este tipo. En el mejor de los casos, las autoridades educativas le «dejaban hacer» siempre que la repercusión de lo que hacía no fuese demasiado amplia. Incluso podían llegar a dar «una palmadita en el hombro» como señal de pedagógico paternalismo y siempre que no se violentaran las normas establecidas.

Fuente: Grupo Blas Cabrera Felipe